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lunes, 30 de noviembre de 2015

GOBIERNOS PROGRESISTAS Y OPOSICIÓN

Por Juan Paz y Miño

El paso de los años ha demostrado que los gobiernos progresistas y de nueva izquierda en América Latina tienen tres fuerzas esencialmente "enemigas": los altos empresarios y capas adineradas de la población, en nada dispuestas a cambios sociales que impliquen afectar sus intereses, poder y posición clasista; una serie de medios de comunicación privados hoy abiertamente identificados con la oposición y que libran a diario una sistemática batalla ideológica y cultural con sus editoriales, análisis, informaciones y desinformaciones; y el imperialismo que representa al capital transnacional y a las potencias hegemónicas, que nunca han admitido los ‘modelos’ económicos de tales gobiernos y peor aún sus posiciones nacionalistas, soberanas y defensoras de la dignidad nacional.

Esa trilogía de fuerzas se prepara a retomar el control directo del Estado a través de políticos y partidos capaces de representarla y triunfar por la vía electoral y, sin duda, amenaza con dar fin al ciclo histórico de los gobiernos progresistas. La restauración conservadora o derechista en sus manos se siente victoriosa con el triunfo electoral de Mauricio Macri en Argentina, espera un éxito similar en Venezuela y confía en acabar con la Revolución Ciudadana en las elecciones de 2017.

También hay otra fuerza de oposición que, aunque menos poderosa que las tres señaladas, tiene sus propias lógicas políticas. En Ecuador se agruparon en la ‘Unidad Plurinacional de las Izquierdas’, que en las elecciones nacionales de febrero de 2013 apenas obtuvo el 3% de la votación. Allí convergieron partidos y políticos de la izquierda tradicional (algunos innegablemente provenientes de la ‘partidocracia’), dirigentes y sectores indígenas y de trabajadores, así como otros movimientos sociales minoritarios. Las izquierdas identificadas con estos sectores se proclaman anticapitalistas, críticas, independientes, revolucionarias e incluso marxistas.

Sin embargo, bajo las condiciones contemporáneas de América Latina, cuando los procesos electorales han sido reconocidos como fuente de soberanía y de democracia, estos sectores no han sido capaces de generar una alternativa de poder que logre legitimidad, así como amplio y definitivo apoyo ciudadano. En tales circunstancias confían en que su tradicional ‘lucha’ con activismo, agitación, movilización y toma de calles les ofrezca un prometedor futuro político, porque adquieren notoriedad mediática y lucen autenticidad ‘popular’ y radicalidad ‘anticorreísta’.

Pero después del triunfo electoral de Macri en Argentina, en América Latina adquirió inmediata dimensión la pregunta sobre el papel y la responsabilidad que ese tipo de fuerzas de la oposición izquierdista tiene en la reconstitución de las derechas y en la interrupción del ciclo de gobiernos progresistas y de nueva izquierda. Porque ante su incapacidad para ofrecer alternativas, las derechas restauradoras, como ocurre en Ecuador, han pasado a aprovecharse de sus argumentos, posiciones y hasta movilizaciones, a las que aplauden y promocionan.

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