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miércoles, 17 de junio de 2015

DONDE SE INCUBAN TODOS LOS VICIOS


Por Lucrecia Maldonado

Nunca dudé que mi país fuera un lugar maravilloso, al menos desde el punto de vista geográfico y del paisaje. Sin embargo, cuando observo ciertos comportamientos, me pregunto si la excesiva cercanía al sol no nos estará haciendo daño.

El otro día, por ejemplo, publiqué en este blog un artículo que hablaba del “Dolor de codos”. Una señora… bueno, una persona que ni siquiera sabía firmar (por eso no sé quién es, aunque si lo supiera no lo diría en público) se regodeó en un larguísimo comentario en el que me criticó por trabajar donde trabajo, me juzgó de lo lindo e incluso me mandó a laborar sin sueldo en un sector rural. Hasta ahora me pregunto por qué se hirió tanto con mi opinión, si ella debe ser (no me cabe duda) de los que abogan por la supuestamente perdida “libertad de expresión”. ¿En qué le afectaba que yo dijera mi sentir? Incluso pienso que ella habría sido capaz de disentir, argumentar, dar ideas… Pero, ¿agarrarse de mi vida personal para vituperarme? ¿Es esa una actitud digna? En últimas, ¿qué le importa? Y encima, desde el anonimato. Sin poner ni siquiera una inicial.

Vivimos en un país en donde un alto porcentaje de la población se toma a lo personal cualquier cosa que no es como a ellos les parece. Pensar distinto es ofender. Expresarlo, atacar. Es un país en donde otro de los deportes nacionales, en el que si fuera olímpico tendríamos un medallero impresionante, es el de husmear en los trapos limpios y sucios de la vida ajena para ver qué encontramos y cómo lo exponemos. El papá de quién era drogadicto. Con quién se acostaba la hermana mayor de alguien. Si algún prócer tenía mal aliento. Qué personaje parece que no es el macho latino que todos pensaban. Y a partir de esos datos, siempre personales, juzgamos su hacer público. Alegremente. Sin despeinarnos. Sin que se nos tiña de rosado un milímetro cuadrado de mejilla.

Otra: leemos el futuro. Y no con cartas de Tarot ni bola de cristal, qué va: al ojímetro, que le dicen. Y siempre leemos con intención apocalíptica. Se anuncian unas reformas al impuesto a la herencia y en medio minuto nos imaginamos desde que heredamos el millón de dólares que nuestros padres nunca tendrán hasta el día en que, a causa de los impuestos a la herencia, nos encontraremos vendiendo chicles en un semáforo. Con ese don, no comprendo por qué aquí el cine de ciencia ficción no ha descollado como debería.

Y las proyecciones de sombra, algo que si Jung hubiera sabido que en el Ecuador se practicaba tan bien habría venido a estudiarlo y capaz ya no se iba nunca más. Periodistas que reclamaban a sus asistentes de mala manera en público, reprochándole a Rafael Correa su ‘prepotencia’. Uno de los torturadores más grandes que este país ha conocido, hablando contra la ‘tiranía’ y defendiendo los ‘derechos humanos’. Abdalá Bucaram hablando de corrupción.

Alcohol, drogas, sexo compulsivo… eso es un juego de niños. Lo nuestro es hurgar con garfios en las almas ajenas. Nos decimos católicos; pero a la hora de juzgar el Padre Eterno se nos queda corto. Las pajas que miramos en ojos ajenos se encuentran adornando la viga que oscurece los nuestros. Y eso no hay revolución que lo arregle. Tomaría una eternidad transformar tanto corazón enfermo de ingratitud, envidia y mezquindad.

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