GRANDES TEMAS - GRANDES HISTORIAS

E c u a d o r - S u d a m é r i c a

lunes, 18 de mayo de 2015

¿ELLAS, LAS SUMISAS?

 
Por Leonardo Parrini 

Decir una cosa y hacer otra, es lo que León Festinger denomina disonancia cognoscitiva. En buen romance, se refiere a la “desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones o cogniciones que percibe una persona al mantener, al mismo tiempo, dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias”. En ese tenor, Mónica Mancero Acosta, en agudo editorial del diario estatal, pone el dedo en la llaga para denunciar un hecho que en otras circunstancias, pasaría de agache: decir lo sumisas o irreverentes que fuimos ante el poder patriarcal, ante el marido, ante la sociedad. Una sumisión o irreverencia frente a un poder patriarcal que va más allá de las paredes domésticas y se expresa en los ribetes del Estado, a través de políticas públicas y de la obsecuencia que demuestran ciertas representantes populares.

Mónica Mancero hace referencia a las palabras de Marcela Aguiñaga, segunda vicepresidenta de la Asamblea Nacional, que en un tuit de sumisión oficial, dijo: Seré sumisa una y mil veces cuando se trate de luchar y reivindicar los derechos de la mujer”. En seguida matizó: “Esta sumisión no significa someterse a ningún mandato, sino responder y defender siempre mis luchas y creencias. Ser sumisa a mis principios y luchar incansablemente por una verdadera reivindicación de la mujer”. Y luego concluyó: “Sumisión: cuando se trate de defender a la mujer sí; sumisión cuando se trate luchar por nuestros derechos si.

Confesión de partes, relevo de pruebas. La revelación de la asambleísta Aguiñaga es el síndrome de sumisión de las mujeres que gobiernan desde la legislatura el nuevo estatus moral de “abstinencias y visión moralista de la sexualidad”, según Mancero. Confesión que “barre con una historia completa de lucha feminista de nuestra generación y de las anteriores. Pero no solo barre con las prácticas feministas de lucha, sino que también liquida la inmensa y profusa reflexión sobre feminismo que, paso a paso, las feministas en todo el mundo se han esforzado en construir. ¿Se puede ser sumisa para defender los derechos de las mujeres?”, se pregunta. Y el cuestionamiento viene al caso, ya que la vertiente de lucha por los derechos femeninos, las jornadas de protesta y propuesta de las mujeres por sus libertades de género, se desdibujan ante la declaración obsecuente de la asambleista. 

Ante el “extraño retruécano”, expresado en la confesión de Aguiñaga, Mancero advierte el trasfondo de la vigencia de políticas públicas que contradicen los derechos femeninos: ahí tenemos instalado al Plan Familia con su llamado a la abstinencia sexual y su visión moralista de la sexualidad, mientras miles de adolescentes continúan embarazándose sin cumplirse el derecho a una educación sexual laica garantizada por el Estado. Ahí tenemos al Código Integral Penal que está operando para encarcelar a las mujeres que han osado abortar, tratadas no solo como ‘idiotas’ sino como delincuentes”

Puesto el dedo en la llaga, la herida drena todo lo que debe secretar, hasta no dejar dudas de que “el feminismo académico tendrá que hacer esfuerzos para examinar y explicar esta suerte de instrumentalización del género que se ha dado en la Revolución Ciudadana”. Valerosa observación, y más meritoria aun en boca de una mujer que, sin pelos en la lengua, ha puesto en evidencia la disonancia cognoscitiva de las cabezas femeninas de la Asamblea Nacional, y que en su gestión legislativa “se haya provocado varios retrocesos en derechos sexuales y reproductivos, justo de aquellos en los que urgía avanzar ahora mismo; es decir, la batalla por la soberanía del cuerpo que ha reclamado el feminismo como una lucha clave, ha sido nuevamente postergada”.

La idea central de Mancero, dicha con ánimo de remover las conciencias femeninas y masculinas, activa la alarma de un hecho innegable: el gesto del silencio impuesto desde la cúspide del poder patriarcal, y la consecuente sumisión callada de las asambleístas oficialistas, constituye una verdadera bofetada a las luchas de las mujeres ecuatorianas y permanece aún en el imaginario colectivo. Un gesto de profilaxis mental que deja ver las hilachas de un hecho vergonzante ante el juicio implacable de la historia: ese desenfadado reconocimiento público; por eso deberán reconocer ante las nuevas generaciones, ahí sí con más vergüenza que cinismo, lo sumisas que fuimos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario