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martes, 26 de agosto de 2014

CORTÁZAR, CIEN AÑOS DE ETERNIDAD


Por Leonardo Parrini

Era un caserón antiguo ubicado en la calle Simpson N7 donde se reunían, en esos días de la Unidad Popular, los escritores chilenos en la SECH (Sociedad de escritores de Chile). Allí solíamos ir con Vicente Parrini, mi padre y miembro natural de la institución, a tomarnos un café y conversar de libros con otros escritores. Seres especiales y espaciales, porque dominaban el entorno con su imponente presencia, cada cual en su atmósfera y con luz propia.

Hoy, al evocar esos días de cantos y  flores, viene a la memoria mi encuentro con Julio Cortázar, que hoy precisamente habría cumplido cien años, no de soledad sino de eterna fecundidad. El encuentro tuvo lugar en el caserón de la SECH, un 5 de noviembre de 1970; día inolvidable en el que estreché la mano del escritor argentino, invitado a la investidura presidencial de Salvador Allende. La gira del cronopio incluía un almuerzo con miembros de la Sociedad de Escritores, una entrevista en televisión, una congregación con tres mil jóvenes en el ex Pedagógico de la U. de Chile y  una cena organizada por el escritor chileno Enrique Lihn.

El encuentro con Cortázar fue para mí una revelación. Tenía en frente mío a un hombre de 56 años, 1,90 de estatura y de una bonhomía que emanaba de su presencia cálida y reposada. Luego de la presentación que nos hizo mi padre, -con excesiva generosidad al presentarme mi hijo, poeta- Cortázar sonrió y me palmoteó en el hombro, como instaurando en mí un título nobiliario. Sonreí y le dije cuánto admiraba sus textos; entonces, pude ver la diminuta sonrisa detrás de su barba poblada y el destellar de sus enormes ojos, con infinita bondad. Esa tarde, el símbolo del boom literario latinoamericano, me autografió un ejemplar de Historias de cronopios que, fatalmente, perdí en un  viaje a Lima.

Cortázar durante su estadía en Santiago se hospedó en el Hotel Conquistador. A las afueras del edificio llegaban cientos de fans en busca de autógrafos y de tomarse fotografías con el autor argentino. El mayor encuentro de Cortázar con la juventud tuvo lugar en el Instituto Pedagógico, ocasión en la que leyó textos suyos, pronunció palabras de aliento a la revolución chilena, habló de budismo zen y firmó libros. En esa oportunidad Julio diría: No he venido como escritor, sino como expresión de una ideología. Cuando alguien le preguntó por su coterráneo Borges, el cronopio dijo: “no sólo ciego físicamente, sino ciego mentalmente”, en referencia a su definición política.

La relación de Cortázar con Chile fue siempre muy intensa, país que visitó en cuatro oportunidades. En cada estadía algo suyo dejaba entre las uvas y el viento. Un vino conversado entre amigos, un encuentro político con la juventud, un amor a contravía…Conocida fue su relación con Carmen Waugh, ex directora del Museo de la Solidaridad, a quien conoció entonces: “No es fácil irse de ti. Dejar de ver tu sonrisa”, le escribirá Cortázar en 1977.

Hoy, a cien años de su natalicio, evoco de Julio Cortázar, su gigante postura de ser humano magnífico, de escritor universal y maravilloso, de guía, luz y camino. Tengo junto a mí, en el escritorio, uno de sus cuentos preferidos que leía de niño en los veranos en Santiago, La Autopista del sur. Acaso es el aroma de los melones en verano, o la memoria poética de las tardes soleadas del barrio santiaguino Independencia, que me devuelven el encanto de las palabras mágicas del gran cronopio, como una ráfaga de vivencia plena. Un soplo de eternidad que guardo para siempre.

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