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jueves, 26 de diciembre de 2013

CINE ECUATORIANO: HECHO DESDE UNA MIRADA PROPIA

Por Leonardo Parrini

Cuando íbamos al cine de barrio las tardes de domingo a disfrutar de un ritual placentero y privilegiado, el cine ecuatoriano probablemente no existía en las carteleras. Sólo el viejo cineasta Agustín Cuesta padre, había registrado en blanco y negro algunos acontecimientos cotidianos del país como una tradición que heredó su hijo Jaime. Algunos años antes había nacido el filme pionero: El tesoro de Atahualpa, dirigido por el ecuatoriano Augusto San Miguel, y en la misma década del treinta el italiano Carlos Crespi dirigió el documental Los invencibles shuaras del alto Amazonas.

Cuando entrabamos a comer panela y beber jugo de fruta a las salas populares, eran los días del arcoíris del cine mexicano y argentino que refulgía en las pantallas de tela del cine criollo barrial, hasta que don Evaristo de la mano de Cuesta hijo, se paseó por el país y por las pantallas en el primer filme on road de la historia cinéfila nacional Dos para el camino. Ulises Estrella todavía tenía en preparación su versión cinematográfica de Cartas al Ecuador, basada en el texto de ese quijote incorregible, Benjamín Carrión. Luego en los años ochenta, vendría el Camilo con su larga melena y ojos de galán de cine, e irrumpiría con un tema audaz Entre Marx y una mujer desnuda, basada en la novela de ese otro irreverente Jorgenrique Adoum; con la novela en la mano, Luzuriaga contaba las peripecias de los comunistas criollos durante la década de los sesenta. La Tigra del mismo Luzuriaga, ya estaba batiendo récores de taquilla.

Los que vinieron después Guayasamín, Cevallos, Cordero, Arregui, Herrera, Hermida, Corral, y un puñado de jóvenes cinéfilos y corto metristas, cumplieron la misma andadura que Luzuriaga: quijotismo, bajo presupuesto, temas costumbristas, recursos alternativos y unas inconfesables ganas de hacer cine. Y lo hicieron a contravía, con más ilusión que profesión, sin guionistas que den sustento a la historia, con actores que se forjaron golpe a golpe, camarógrafos venidos de la fotografía, productores acolitadores como buenos panas, con tramoyistas que hacían de todo y directores autorales que parecían estar narrando un diario de vida. En los años noventa, un impulso natural como el magma de un volcán, revitalizó al cine nacional con producciones de solvente factura como Ratas, ratones, rateros de Cordero. El nuevo milenio veía irrumpir la cinematografía con recursos técnicos pero con la misma vocación autoral: Crónicas, Rabia de Cordero, Qué tan lejos y En nombre de la hija de Hermida, El Comité de Herrera y Cuando me toque a mí de Arregui, Esas no son penas de Anahí Seiseno y Black Mama de Alvear y Andrade, dieron buena muestra de haber ganado los reconocimientos que ganaron con merecimiento indiscutible.

Hoy por hoy, bajo la egida de la revolución ciudadana el cine ha tenido un especial impulso desde el Estado, a través del Consejo Nacional de Cine y otras  instituciones afines. El año 2013 es de balance positivo para la producción nacional aupada por el aplauso de público. En el top ten anual de taquilla destacan Mejor no hablar de ciertas cosas, de Javier Andrade, con 53 mil espectadores, La muerte de Jaime Roldós de Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera, con 50.123. No robarás a menos que sea necesario de Viviana Cordero, con 35 mil. Mono con gallinas de Alfredo León, con más de 35 mil. Estrella 14 de Santiago Paladines, con 20 mil. El facilitador de Víctor Arregui, con 15 mil. Distante cercanía de Alex Schlenker y Diego Coral, con 10 mil. Rómpete una pata de Víctor Arregui, con 10 mil y Cuento sin hadas de Sergio Briones, con 3.800 espectadores.

“En términos generales es un año bastante productivo, por el número y por los premios que algunas de ellas han recibido en festivales y muestras”, comenta Martin Cueva, Director del CNCine. En total fueron 250 mil personas en Ecuador las que visitaron las salas para ver cintas nacionales. “No obstante, esta cantidad conlleva una ironía, pues hubo muchos estrenos, pero poca gente”, según una nota de prensa. “La falta de financiamiento y ayudas para la terminación y estreno de los trabajos. Si bien existe ayuda del Estado para reactivar la producción cinematográfica nacional, es todavía poca, y el financiamiento o inversión privado es casi inexistente”, comenta la cineasta Lisandra Rivera.

Lejos están los días que íbamos al cine de barrio a un ritual maravilloso, por lo mágico y precario; hoy día entramos al Ochoymedio, o a las cadenas filo hollywoodenses con una misión: ver buen cine. Y para ello, apunta Cueva, es necesario cuestionarse hasta qué punto el aporte estatal determina la calidad del cine criollo, y que “lo lógico en este momento es intervenir para facilitar y mejorar los procesos de proyectos e iniciativas que existen y no solo generar proyectos que respondan a la convocatoria de fondos públicos”. No obstante, corren buenos tiempos para el cine criollo. Se apagan las luces, se enciende, cada día, la curiosidad creciente de los ecuatorianos por ver cine hecho “desde la propia idiosincrasia”, desde su propia forma de ser.

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