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E c u a d o r - S u d a m é r i c a

lunes, 17 de diciembre de 2012

DOS SÍNDROMES DE VIOLENCIA E INSEGURIDAD


 Por Leonardo Parrini

Connecticut, 14 de diciembre del 2012. Adam Lanza de 24 años, ingresa a una escuela en Newton, Connecticut, EE.UU y procede a realizar disparos indiscriminados sobre la profesora y sus alumnos en un aula de clases. El saldo: 27 muertos, 3 heridos graves entre los que se cuentan 6 profesores y 24 alumnos.
Quito, 23 de diciembre del 2011. Dos sujetos descienden de una moto y proceden a interceptar al sociólogo Marco Velasco y a su acompañante, quienes salían de un local comercial luego de retirar 8 mil dólares de un banco ubicado en un barrio al norte de la capital. Los delincuentes consuman el atraco y, acto seguido, disparan por la espalda a Velasco que cae abatido.
Dos sucesos a miles de kilómetros de distancia unidos por el signo de la inseguridad y de la violencia. Separados por una circunstancia. El primero, un síntoma de la neurosis del país de la opulencia. El segundo, el producto de la delincuencia como síndrome de la miseria.
¿Qué hace que la inseguridad se haya afincado en dos países tan disímiles como expresión de descomposición social que pone en jaque a la ciudadanía?
Una coincidencia. Las encuestas en los EE.UU señalan que la sensación de inseguridad es una de las principales preocupaciones de los norteamericanos. Percepción que se acentuó desde el S11, cuando la vulnerabilidad de los sistemas de seguridad nacional quedó al descubierto ante la eficacia del ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono. Ese síndrome de inseguridad hace que los norteamericanos conformen una fuerza armada de millones de civiles portadores de armas de todo calibre. En Ecuador los sondeos de opinión muestran que los ecuatorianos están más preocupados por la inseguridad que por la falta de trabajo; por la delincuencia imparable que por los resultados del fútbol. Una diferencia. En Ecuador estamos indefensos ante los antisociales y mientras los choros hacen de las suyas por las calles, los vecinos permanecen encerrados tras las rejas de sus casas. En EE.UU cada quien anda armado y asume la violencia callejera como un comportamiento común. 
La historia de Norteamérica es la historia de colonos y exploradores, de granjas y rancheros, de bandidos y predicadores, de indios y vaqueros. Una imagen recurrente que se tiene del país llamado EE.UU -a falta de otro nombre más genuino y apegado a su historia o geografía- es la de los cowboy o vaqueros armados disputándole su territorio a las tribus indígenas del oeste de Norte América. Los Estados Unidos son eso: 50 estados unidos por guerras y anexiones territoriales desde tiempos inmemoriales. La llamada conquista del oeste, no es otra cosa que la irrupción violenta del este expansionista sobre tierras ancestrales habitadas por tribus originarias. No de casualidad ellos se miran a sí mismos como la nación de “El Viejo Oeste, donde también tiene otra tradición de violencia y sangre, representada con igualdad de méritos por los cowboys, los pistoleros, los asesinos a sueldo, los cazarrecompensas y los sheriffs”
Otra diferencia. Los norteamericanos son herederos de una cultura de la agresividad que trajeron en sus genes los migrantes y aventureros que fundaron la nación. Ecuador es un territorio de gente con vocación pacifica, más bien contemplativa frente a las agresiones foráneas. E internamente es un país que no lleva sus entuertos hasta las últimas consecuencias, como a menudo prometen los buscapleitos. Ecuador ha sido una nación atropellada por sus vecinos en agresivas disputas expansionistas de la que el país terminó perdiendo gran parte de su heredad territorial.
Algunos hechos de sangre como la masacre de los patriotas el 2 de agosto de 1810, los crímenes de los presidentes Gabriel García Moreno y Eloy Alfaro o matanzas obreras como la de 15 de noviembre de 1922 en que cayeron acribillados miles de trabajadores del puerto principal por la arremetida del ejercito local; la represión violenta a la huelga del ingenio azucarero Aztra, en noviembre de 1978, o las tres guerras con Perú, son acontecimientos que excepcionalmente empañan la historia ecuatoriana.

EE.UU tiene una historia escrita con sangre, pero con sangre extranjera. Desde la Guerra de Secesión, los EE.UU han intervenido permanentemente en conflictos armados, por lo general fuera de sus fronteras, como en los casos de las dos Guerra Mundiales, la Guerra de Korea, la Guerra de Vietnam y la Guerra del Golfo, por mencionar los conflictos más significativos. La historia de los tiroteos perpetrado por dementes se cuentan por cientos. Solo el año 2012 registra ocho balaceras contra víctimas inocentes y desarmadas llevadas a cabo por sujetos mentalmente desequilibrados que andan peligrosamente sueltos y armados en ciudades norteamericanas. 
Mientras que en los EE.UU la violencia es producto del hastío de la opulencia; en Ecuador, es todo lo contrario, un síntoma del hastío de la miseria. Allá los dementes matan por desquiciamiento. Acá los malandrines matan por dinero. Esa es su profesión y mientras no generemos mecanismos más atractivos de subsistencia que robar, la delincuencia no cederá paso a una sociedad pacífica. Sin embargo, siempre hay una esperanza de mejorar las condiciones sociales de los habitantes del Ecuador y así restarle sentido a los actos delictivos. Mientras que los EE.UU no tienen esperanza de acabar con la inseguridad y la violencia porque está en sus genes, en su historia y geo política violentista. He ahí la diferencia. 

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